‘¿Pagar para valorar lo público?’

Según el Diccionario de la lengua española, valor es 'el grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite'. Por lo tanto, se trata de una cualidad subjetiva que otorgamos a un bien o a un servicio que nos aporta algún tipo de beneficio. La intensidad del valor concedido varía de acuerdo con el grado de esfuerzo que hemos realizado para conseguir ese elemento. Así, el ahínco nos vincula emocionalmente con el objeto, y esta unión se intensifica, además, si percibimos que lo podemos dejar de disfrutar en algún momento. De modo que, si no existe esta aversión a la pérdida, parece difícil valorar con exactitud ese elemento que se nos ofrece gratuitamente[1].

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿podemos llegar a apreciar una medida de gratuidad de un servicio público, como es el abono de tren de Cercanías, sin coste desde septiembre de 2022?

Formulo esta pregunta porque el estado de degradación en el que se encuentran las instalaciones y los trenes me hace pensar que muchos usuarios han caído precisamente en esa falta de aprecio, desidia e incluso de maltrato hacia lo que la Administración nos ofrece como un recurso para aliviar las consecuencias económicas y sociales derivadas de la invasión de Rusia en Ucrania[2] y ‘no dejar, de esta manera, a nadie atrás’[3].

Pues bien, ¿cómo se podría corregir esa actitud destructiva de muchos usuarios hacia este medio de utilidad pública? ¿A través de campañas de concienciación que reivindiquen el valor de los servicios públicos para la ciudadanía? Reconozco que en los últimos años el funcionamiento de los trenes no es el esperable debido a los continuos retrasos e, incluso, suspensión del servicio, pero esto no es motivo para que su delicada salud se vea deteriorada aún más.

Si de acuerdo con lo expuesto en el primer párrafo, lo gratuito no se valora de la misma forma que lo que tiene un precio, pues, además, la referencia del precio es fundamental para poder evaluar el valor de los beneficios que obtenemos del producto[4], tal vez sería recomendable que se nos recordara de vez en cuando la cantidad de dinero que pagábamos antes (parece que muchos ciudadanos han caído en una especie de amnesia) y se nos insinuase la posibilidad del restablecimiento de la no gratuidad en caso de un potencial viraje en las políticas públicas a finales de año. Quizás esta sería la única manera de hacernos caer en la cuenta de que, aunque el Gobierno quiera hacer estructural esta medida, puede que un día dejemos de disfrutarla y nos lamentemos de no haber cuidado lo suficiente este bien común.

La libertad y la salud [y los servicios públicos][5] se asemejan: su verdadero valor se conoce cuando nos faltan.

Henri Becque



[1] Este rechazo a la pérdida como factor indicativo del valor otorgado a un elemento es desarrollado por Nora Benito en su artículo ‘¿Valoramos las cosas que son gratis?’. En https://www.elperiodico.com/es/economia/20190303/cosas-gratis-7332187

[2] https://www.lamoncloa.gob.es/consejodeministros/resumenes/Paginas/2022/271222-rp-cministros-cumpliendo.aspx

[3] Sí, en esta ocasión, hemos tenido que esperar al estallido de una guerra para que el uso de este medio esencial para el desarrollo sostenible se generalizara, por fin, entre los ciudadanos, cuando lo deseable hubiera sido que desde el 2015, año en que se aprueba la Agenda 2030 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, se hubiera implementado esta medida (llevamos, pues, ¡siete años de retraso!). El transporte público es «un medio esencial para el desarrollo sostenible [por su] eficiencia y la comodidad del [desplazamiento], la mejora de la calidad del aire de las ciudades y la salud, y la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero». En https://sdgs.un.org/es/topics/sustainable-transport

[4] https://www.kewlona.es/2023/01/gratis-no-se-valora-b2b/

[5] Lo contenido entre los corchetes es mío.


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